lunes, 9 de abril de 2012

Diario, Mi otro yo

                                               1 DE AGOSTO

Hoy empezó agosto. Me he levantado a las seis de la mañana, me he vestido, he preparado mi comida para el descanso y me he ido a la fábrica. Cuando llegué a la fábrica fui al despacho del jefe para pedirle poder salir mañana un ratito antes e ir a la fiesta del Templo. Me ha dado permiso, a cambio de que mañana llegara antes y no descansara para comer.
A continuación me fui a mi máquina, en la que tenía que hacer mangas largas de cuero, y así me he tirado ocho horas, que se me hicieron eternas, estaba muy cansada.
Después de comer, volví a mi puesto y tuve que seguir haciendo más mangas. A las diez de la noche salí de trabajar con los pies hinchados de tanto darle a la máquina. En cuanto llegué a casa me tendí en el colchón y me quedé durmiendo hasta las once, que llegó mi novio y me levantó; estuvimos hablando sobre la fiesta de mañana y le conté que el jefe me dejaba salir un rato antes. Me dio un pequeño regalo que para mí fue el más grande y más bonito: era un traje de peregrina. A las doce de la noche cuando se fue me puse el pijama y me acosté.

                                                   DÍA 2 DE AGOSTO

Me he levantado a las cinco de la mañana porque los nervios no me dejaban dormir. A las seis me he ido a trabajar. Cuando llegué, cogí y me fui directamente a mi puesto, del que no me he movido ni siquiera para comer.
Hoy el día se me pasó volando, pues me tocó ponerle cremalleras a los vaqueros. A las ocho de la tarde salí del trabajo y me fui directa hacía casa. En cuanto llegué, me vestí y esperé a que llegara mi novio. A las nueve llegó y nos fuimos los dos muy contentos hacia la fiesta del Templo. Por el camino, le conté que hoy el día se me había pasado rápido y él me dijo que era por las ganas que tenía de que llegara la noche. Tenía toda la razón, ya que estaba muy ilusionada desde la primera vez que me llevaron mis padres a ver el templo. Yo, desde pequeña,  quería tener un traje de peregrina y al fin, después de tanto esperar, lo había conseguido.
El camino hacía el Templo se me hizo muy largo; al cabo de media hora, llegamos. Nada más llegar, entramos en el Templo. Al rato sonó la música y empezaron a salir los elefantes, los acrobatas, los músicos y los peregrinos bailando.
Se me pasó la noche volando, cuando miré el reloj de mi muñeca eran las cinco de la mañana, salí a correr como una loca. Nada más a llegar a casa me cambié de ropa, me hice el desayuno y me fui a trabajar.
Aunque estaba muy cansada trabajé hasta la noche; al principio me tuve que poner a coser las mangas de una chaqueta vaquera, que era lo peor, nadie lo quería nunca hacer. Cuando las terminé, miré hacia el lado, y ya me había traído mi compañera más ropa: esta vez eran rebecas. Cuando tenía más de la mitad me tuve que parar porque tenía las manos hinchadas de tanto moverlas y las piernas no las sentía. En ese instante llegó el capataz y me dijo que no podía parar, que si lo hacía tendría que quedarme más rato trabajando. Así que no tuve más remedio que seguir. De tan cansada que estaba las lágrimas se me caían. Llegué a mi casa, lo único que quería hacer era comer y acostarme, pero para mi desgracia no había nada de comer hecho, tuve que ponerme ha cocinar un arroz para cenar. Después de cenar me he acostado con la ropa puesta, estaba tan agotada que no me podía ni mover me dolía todo, fue uno de los días más cansado de mi vida.

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